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El psicoanálisis, una tradición oral
Tal era entonces su sentencia. Era inútil que el psicoanálisis disfrazara su herencia bajo montones de escritos, no podía renegar de sus orígenes orales y de la tradición de los burlones, de los tontos, de los torpes y de los otros “vencedores de la feria”.
- ¿Cómo dice?
- Charlatanes, si prefiere.
También reconocían para sí a ese gran loco Lacan. Él habría dicho textualmente que “el psicoanalista no debe dudar nunca en delirar”. Me sublevé:
- ¿De dónde sacaron eso?
Número 1 lo tenía de primera mano; el maestro incluso habría dicho a sus discípulos:
- “Si hubiera sido más psicótico, probablemente habría sido mejor analista. En cuanto a ustedes, sean más naturales en lugar de encoger el cuello, tampoco se sientan obligados a estirarlo. Incluso como bufones, están justificados a serlo. Mírenme, soy un payaso, tomen ejemplo de eso y no me imiten.”
Sensible argumento de autoridad, lo acusé de crimen de anacronismo.
- Es inútil continuar con este diálogo. Si algún día lo cuento ningún historiador me tomará en serio. Por otra parte, en vuestro tiempo no existían estos hospitales, me lo dijo un especialista, dije muy segura de mí.
Número 1 suspiró cansadamente:
- Ya sabemos todo eso. Foucault también es de los nuestros, si era eso lo que le molestaba, y otros stars de su Escuela. Entre otros, ese filósofo farsante…A falta de torcerle el cuello a las contradicciones del sistema encontró el de su mujer, más fácil de apretar. En cuanto a este lugar de asilo, volveremos, no se preocupe, haciéndonos los locos en la vía pública: ¡artículo 122 bis¡
En ese momento Madre Loca proclamó que era suficiente por hoy.
- ¿Y si le ofrecemos una última farsa? Intentó Número 1, la de “los que despiertan a los gatos que duermen…”
Sonriendo por primera vez, Madre Loca hizo la señal de partida con el brazo. En el portal se detuvo y me lanzó una mirada de reojo:
- “Si quieren saber por qué estoy aquí, mírenme, soy cornuda, corneadora, cavilosa, cascarrabias, casqueada, arrogante, desordenada, con los locos graciosa y enfadosa, mordaz, maliciosa, cáustica, deslenguada, madre y nodriza de discordias, ando por todos lados ultrajando, ultrajante en cada hogar, laboriosa contra razón, razonable en hechos odiosos, odiando las cosas establecidas…
A punto de desaparecer, cambio de idea:
-¡Cita aquí mismo!
En el momento preciso que ella no precisó, contando con mi exactitud. ¡Y con que no cambiara mis hábitos! Ella no toleraría un instante más verme sentada en mi banco, pasiva, mirando con largavistas la locura del mundo, apta justamente para garabatear esos escritos que habían estado en el origen de su rutina.
Con esas palabras me dio la espalda, arrastrando a sus sujetos más allá del portal donde se desvanecieron tan bruscamente como habían desaparecido.
Yo también estaba harta de locura. Sin darme cuenta de que ya obedecía su orden me levanté y me dirigí a la puerta del servicio para despedirme, muy segura de que no volvería a poner los pies allí.